dilluns, 25 d’abril del 2011

Ninguna frontera te deja pasar sin más, todas hieren de un modo u otro

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No me reprocha nada porque sabe de qué lo estoy salvando. Pero detecto en sus ojos una extraña tristeza. Como si Bubakar llorara por aquello en lo que me estoy convirtiendo. ¿Quién sabe lo que él se habrá visto empujado a hacer durante sus siete años de vagabundeo?. El viaje impone sus duras pruebas y nosotros envejecemos cada vez que superamos una. Bubakar me mira como miraría un barco que se aleja y del que sabe que no llegará a ningún puerto. Intuyo que en el pasado él también ha cometido actos turbios. Que ha tenido que renunciar varias veces a la nobleza reservada de los hombres que viven holgadamente. Pero tal vez hasta ese momento había algo en mí intacto que lo conmovía. Algo que él quería proteger. Aun así, no es posible que ese sea el motivo por el que me ha traído consigo. Su generosidad quizá compensaba unas bajezas íntimas que él nunca comentaría. Y ahora ve cómo me convierto en lo que él es. Su mirada me acoge con tristeza en la comunidad de los hombres corrompidos por el miedo y la necesidad.

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