dissabte, 15 d’octubre del 2011

¿Cómo te atreves a jugar así con la vida y la muerte?

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A la señora Saville, Inglaterra.
5 de agosto de 17...

Hemos sufrido un accidente tan inusual que no quiero dejar de pasarlo por alto, aunque es muy probable que nos veamos antes de que este relato llegue a tus manos.
El lunes último, 31 de julio, nos encontramos casi rodeados por el hielo, que encerraba al buque por todas partes, dejando apenas el sitio en que flotaba. Nuestra situación era algo delicada, sobre todo porque había además una niebla muy espesa. Por eso quedamos al pairo, en la esperanza de que se produjera algún cambio repentino en la atmósfera y en el tiempo tan desapacible.
La niebla aclaró alrededor de las dos y nos vimos cercados por todos lados por inmensos e irregulares témpanos de hielo, que parecían no tener fin. Oí refunfuñar a algundos de mis camaradas, y mi mente empezó también a abrigar preocupaciones cuando, de repente, un espectáculo muy extraño distrajo nuestra atención y la desvió de la situación en que nos encontrábamos. Observamos, a unos ochocientos metros, un vehículo muy bajo colocado sobre un trineo y arrastrado por perros, en dirección hacia el norte. Sentado en el trineo y dirigiendo los perros iba un ser con forma de hombre, pero aparentemente de gigantesca estatura. Seguimos con nuestros catalejos los rápidos progresos del viajero hasta que despareció en los distantes altibajos del hielo.
El espectáculo nos dejó maravillados. Estábamos, o creíamos estar, a muchos cientos de kilómetros de cualquier costa, pero aquella aparición parecía demostrar que no era así.
Sin embargo, rodeados por el hielo, nos era imposible seguir a aquel hombre, cuyo paso habíamos observado con el mayor detenimiento.

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