divendres, 13 d’abril del 2012

Instilaba ahora en su alma el veneno que esperaba la ennegrecería y le cambiaría el color para siempre

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Había leído montones de cosas sobre ladrones: tipos atractivos (en su mayoría amables), impecables de vestido, repletos de bolsillo, entendidísimos en caballos, decididos en porte, afortunados en el galanteo, estupendos con una copla, una botella, una baraja o un cubilete, y dignos émulos del más valiente. Pero nunca me había topado (excepto en Hogarth), con la lamentable realidad. Me pareció que agavillar a los criminales que existían en la vida real, describirlos en toda su fealdad, en toda su miseria, en toda la sórdida pobreza de sus vidas, mostrarlos tal y como son, zafándose eterna y desasosegadamente por los más inmundos senderos de la vida, con una enorme, negra y espantosa horca cerrándoles el camino se vuelvan hacia donde se vuelvan, me pareció, digo, que emprender esto era cosa que se estaba necesitando y que sería rendir un servicio a la sociedad. Por eso lo hice lo mejor que pude.

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