dilluns, 7 de maig del 2012

El amor según Proust

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De todas las maneras en que se produce el amor, de todos los agentes de diseminación de ese mal sagrado, uno de los más eficaces es sin duda ese gran torbellino de agitación que nos arrastra en ciertas ocasiones. Entonces el ser que en aquel instante es de nuestro agrado, la suerte está echada, es el que vamos a amar. Ni siquiera es necesario que antes de entonces nos atrajera más o lo mismo que otros. Lo que se necesitaba es que nuestra inclinación por él se convirtiera en exclusiva. Y esta condición se cumple cuando -en el momento en que lo echamos en falta- en nosotros sentimos, no ya el deseo de buscar los placeres que su trato nos proporciona, sino la necesidad ansiosa que tiene por objeto el ser mismo, una necesidad absurda que por las leyes de este mundo es imposible de satisfacer y difícil de curar: la necesidad insensata y dolorosa de poseerlo.
Swann se hizo llevar a los últimos restaurantes. Fue hasta la Maison Dorée, entró dos veces en Tortoni, y cuando salía sin haberla visto del Café Anglais, andando a grandes zancadas, el semblante hosco, para ir en busca de su coche que le esperaba en la esquina del bulevar de los Italianos, tropezó con alguien que iba en dirección opuesta: era Odette. Ella estaba tan lejos de esperar verle que tuvo una reacción temerosa. Por lo que respecta a Swann, había recorrido medio París no porque creyera posible encontrarla, sino porque le resultaba demasiado cruel renunciar a ello.

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